El eterno retorno, los ciclos de la vida, temas pendientes sin acabar... Esta vez sí, esta vez decido volver a la vida bohemia, a viajar, a conocer otras culturas, a intentar buscarme la vida trabajando de otra cosa que no sea delante de un ordenador.
En dos días acabo el contrato en la empresa en la que he trabajado durante dos años y no lo voy a renovar. El año pasado me lo planteé pero no tuve las fuerzas para hacerlo, en cambio este año sí, esta vez estoy seguro de que es esto lo que tengo que hacer.
Sé que voy a echar mucho de menos a mis compañeros de trabajo pero hay mucho mundo por conocer que me espera. También sé que hay mucha gente por conocer aunque yo a los buenos amigos nunca los olvido.
Una vez conocí a una persona, no de mi agrado por cierto, que decía que las personas son como olas, cuando llega una buena, te subes a ella y la disfrutas hasta que llegue la siguiente sin pensar en las pasadas. Yo no estoy de acuerdo. Yo creo que las personas son como montañas que siempre están ahí. Por muy lejos que estés sabes que puedes volver a subirlas y disfrutar de ellas, de sus paisajes, de sus colores, de sus cambios de estación. Quizá, si ha pasado mucho tiempo, no te acurdes del camino de ascensión pero poco a poco, en la medida que te aproximas, seguramente recuerdes el camino a la cima.
Cuando empezó el año sabía que iba a ser un año de cambios y esta semana empezará el gran cambio.
Continuará...
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2 comentarios:
Te he encontrado... Tenías razón, era sencillo... La diferencia entre le vida laboral y la bohemia sólo depende del punto de vista. Hay mucho mundo por conocer que te espera. Parte de ese mundo está mas cerca de lo que piensas... El viaje te puede ayudar. Que lo disfrutes. Te seguiremos.
Te vas.
Te vas a cumplir tus sueños y tus pulmones se llenan de la esperanza de encontrar más allá del horizonte eso que no has visto a tu alrededor. Deseas ver nuevos rostros, colores desconocidos, probar sabores exóticos, escuchar voces extrañas, tocar otras pieles, aspirar los olores del ancho mundo.
Desearía poder meter mis propios sueños en la mochila y caminar a tu lado. Ver amanecer en los siete mares, gritar a los cuatro vientos que estamos vivos.
Sería hermoso pasear por las calles de París, bañarnos en las aguas en las que Ulises naufragaba una y otra vez, siempre con alguna excusa para no regresar a casa aún. Beberíamos una cerveza a la salud de los estibadores de los puertos del Norte que un día se levantaron por su libertad y correríamos para coger el Transiberiano, que dicen que tarda una eternidad en atravesar los campos de la vieja Rusia. ¿A quién le importa? Gastaríamos nuestro tiempo en vivir.
Iríamos tras los pasos de aquellos seres fantásticos que atravesaron mares y montañas hacia Oriente. ¿Quién no cierra los ojos al oír el nombre de Samarkanda? A lomos de los caballos de las estepas asaltaríamos la Gran Muralla para ver los barcos que surcan el río Amarillo y contemplar el viento que despeina los campos de arroz.
Nos bañaríamos en las playas blancas de los gentiles thais, exploraríamos los templos de las selvas para leer los secretos que guardan sus paredes. Y seguiríamos más allá. Hacia la tierra en la que las especias espantan con sus aromas a la muerte que se hacina en las calles atestadas de la India. Acariciaríamos los lomos de un elefante y bailaríamos, ¿por qué no?, en las alocadas y alucinadas noches de Goa.
Los sueños del Índico nos llevarían a islas al borde de la extinción, a corales de mil colores. En las mañanas con sabor a coco y a pescado nos preguntaríamos ¿qué hay al Sur? Y el cielo, girado del revés, nos llamaría hacia esa isla habitada por hombres y mujeres descendientes de aventureros, ladrones y asesinos que se convirtieron en un pueblo bendecido por el sol, lejos de todo.
Pero... ¿cómo no seguir preguntando al océano? Muy cerca veríamos a los inmortales de piedra repetir una y mil veces la misma pregunta. ¿Qué hay más allá? La paz del mayor de los mares no acallará esa voz. El hielo del extremo Sur, o las estepas conquistadas por los hijos de la vieja y siempre avara Europa.
Las montañas nevadas, el misterio de Machu Pichu, las dulces melodías de Buenos Aires, las selvas heridas del Matto Grosso, la miseria oculta en el corazón del Caribe, las luces de Neón de Norteamérica... Y después de todo ello, de los miles de pasos recorridos... ¿cómo volver a casa? ¡Aún no habríamos visto África!
Pero eres tú el que se va y mis sueños no caben en tu mochila.
Sólo espero que vuelvas algún día y que cuando regreses me hables de todas esas maravillas que sólo se brindan a los valientes.
¡Buen viaje!
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